lunes, 30 de marzo de 2009
La niña del lazo rojo
Es curioso como algunas situaciones, que aparentemente no trascienden más allá de lo anecdótico, se pueden convertir en un episodio interesante, o al menos tan interesante como para recapitularlo y querer compartirlo con alguien. Es más o menos lo que me ocurría este fin de semana, cuando quedé a comer con unos amigos y terminamos casualmente en un lugar donde confluian los vermoutheros con los comensales que se apuntaban a una comida temprana de domingo para luego aprovechar la tarde.
Leimos la carta y no nos pareció muy extensa, pero parecía que los platos eran preparados y además el camarero se prestó a hacernos algunas recomendaciones que aceptamos y después nos tomó nota. Mientras esperábamos, cervecita y charla de rigor con música jazz de fondo. Un lugar agradable. En la mesa de al lado, un grupo de amigos formado por parejas treintañeras, se tomaban el aperitivo entre risas y alguna que otra voz. Un carrito de bebé, otro bebé más al que le daban el potito y una niña de unos 4 años con cara de estar inmensamente aburrida pero aceptando la situación sin alternativa. Mientras en mi mesa se charlaba de lo que ponía en el periódico del día, yo me evadía disimuladamente mirando esto y lo otro. Rápido me fijé de pasada en la niña y la empatía me hizo sentir algo de lástima por ella, tan desencajada en ese lugar donde se bebia y fumaba, pero sin otra opción que la de intentar pasar el rato lo mejor posible y acompañada unicamente por su imaginación. No se la veía a ella desdichada, ni mucho menos, por que llevaba su lazo del domingo, enorme y vistosamente rojo, así que allí estaba buscando cualquier sitio del mobiliario donde se reflejase para reafirmar lo bien que le quedaba. Se topó con una columna forrada en espejo ahumado y decidió echarse allí mismo unas miradas, de un lado, de otro y de frente. Le gustó por que su cuerpecillo se empezó a contonear, timidamente primero y con desparpajo a los tres segundos, al son del jazz que teníamos de fondo. En un plis plas, ya estaba ella danzando y dando vueltas entre las mesas como una pequeña hada de cuento, sin abrir la boca, sin mirar a nadie, encerrada en su pequeño mundo. Me pregunté en qué consistiría esa fantasia efímera que le servia para pasar el rato y, por sus movimientos, más bien creo que emulaba a algún animalillo travieso y gracioso. Cualquiera sabe. No lo pude evitar y se percató de que la observaba, así que paró en seco, agachó ligeramente la cabeza y me miró con absoluta desconfianza. Yo la sonreí y pareció incluso sentirse ofendida, pero en breve volvió a dar saltitos cortos y a lanzar sus bracitos hacia arriba. El lazo, mientras tanto, se movia tanto que comenzó a recordarme a un pequeño helicóptero incapaz de remontar el vuelo. Ahora sabía que tenía público y quiso dar lo mejor de sí misma, por lo que se lanzó dando unas zancadas tan grandes como sus cortas piernas le permitian hacia atrás, pero se le olvidó que justo a un metro estaba el carrito de su hermano o su primo y se pegó un espaldarazo contra él que a la pobre le quitó la respiración y, lo que es peor, el lazo. Ella empezó rapidamente a llorar, una estrategia preventiba que tienen todos los niños cuando saben que han metido la pata y les pueden regañar. Si finjes dolor, quizás tu progenitor decida que no merece la pena regañarte y encima te haga un mimo, no como antes, que nuestros padres nos daban una torta con el consabido "ahora llorarás por algo". A esta chiquilla le dió resultado y la madre la cogió en brazos y la consoló. No había pasado nada. De repente la niña se da cuenta que su lazo está en la mano de su madre. Ahora es cuando empieza a berrear con sentimiento exigiendo que se lo pongan, pero la madre, entre que debía de estar un poco más torpe de lo habitual por la cervecita y que la niña no paraba de dar gritos, no atinaba de ninguna de las maneras a colocárselo de nuevo y tuvo que desistir. Para conformarla, chantaje al canto y le cede su bolso. Un bolso enorme, por cierto, que la pobre niña aceptó , primero desconfiada y luego gustosa al meditar las posibilidades durnate unos segundos. Y allá va ella de nuevo, con el bolso colgado al cuello y la cabeza llena de ideas para jugar con el bolso de mamá. Ni corta ni perezosa, la niña decide ponerse a dar vueltas con el artilugio colgando por delante, hasta que la inercia la vence y sale despedida contra una silla de cabeza. El contenido del bolso esparcido por los suelos y la niña otra vez llorando, con la cabeza dolorida y el amor propio gravemente herido. Ahora el que se levanta es el papá y decide que lo mejor es intentar mantenerla quieta a su lado entretenida con yo que sé.
Nos traen la comida y la disfrutamos. Me olvido de la niña hasta que vuelve al ataque justo en el segundo plato, carne de buey al plato. Aquello fue superior a todo y tuvo que acercarse a mirar e investigar en qué consistia. Observaba con ojos redondos, curiosos, intrigados por saber que era aquella escandalera que comian los señores de la mesa de la lado. Se hizo la composición de lugar y, una vez que tuvo claro que no era más que un infernillo con una sartén, prefirió desviar de nuevo su atención a quehaceres más importantes, como intentar ella misma colocarse el lazo que su madre había abandonado en la mesa. No sé como lo hizo, pero allá que se lo puso an lo alto de la cabeza como un estandarte. Y otra vez a dar más vueltas, esta vez con precaución, alejándose de la mesa de sus padres donde ya se había aburrido soberanamente. En unos minutos nos llegó el postre. Yo pedí tarta de chocolate y acerté de pleno por que resultó ser una auténtica maravilla. Según me la sirvieron, la niña se sintió aún más atraida y, esta vez sin remilgos, se abalanzó hacia nuestra mesa sin quitarle ojo a la espectacular porción de tarta. Miraba a la tarta, me miraba a mí; otra vez a la tarta y otra vez a mí, lo que indicaba que había creado el vínculo entre delicatesen y propietario sin posible error, no con envidia, sino con aparente expresión de incredulidad, como si aquel nivel de fortuna fuese impropio del mundo terrenal y ella acabase de descubrir que no, que era algo que podía ocurrir en la vida real, algo tan mágico como la futura visita del ratoncito Pérez. Tras unos segundos impávida, en los que yo clavé la cuchara en el fondo de la tarta y me la llevé a la boca con los ojso entornados ayudado por el sostén de su mirada, se dió la vuelta, se le cayó el lazo, lo miró, lo pisoteó, lo pateó, lo zarandeó, se lo devolvió a su madre, se sentó en una silla, cruzó los bracitos sobre la mesa y volvió de nuevo a llorar desconsolada, esta vez, lo prometo, no tengo ni idea de por qué.
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Reflexiones
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Me encantan tus relatos...
ResponderEliminarFuistes capaz de no darle un poquito de tarta a esa niña?
No me extraña que llorara la pobrecita...
ainsss,
ResponderEliminarprecioso relato
me siento identificada con la niña...
besitos,
Recuerdo un día maravilloso de pleno verano: estábamos un grupo de amigos sentados en una terraza de Vilagarcía, tomando el aperitivo. Nos pusieron patatas fritas. Se acercó un niño de unos cuatro años, y, ni corto ni perezoso, metió las dos manos en nuestro plato de patatas, y se las llevó :))). Acudió presta la madre para hacerle los coros y reírle la gracia, en lugar de lo que nos hubieran dicho nuestras madres 'no se toca la comida con las manos, y, menos, la de los demás'.
ResponderEliminarEl niño era muy wapo y con cara de pillo.
La infancia es muy dura, esto lo prueba :DDDDD
ResponderEliminarHaw, pues la madre era una mal educada, que os riáis vosotros vale, pero al menos que os pida disculpas ;D
Esta niña estaba la pobre bastante descolocada y solitaria, aunque no daba lástima por que se la veía muy dispuesta a buscarse la vida. A mí me resultó cómico verla tan pequeña y tan decidida, sobre todo con ese aire temerario que tienen los niños por que aún tienen por descubrir el peligro. Es que si la veis con el bolso colgado del cuello y dando vueltas como si fuese un hoola hoop... Para troncharse. No me extraña que no parase de darse guarrazos.
ResponderEliminarHolaaaaaaaaaaaaa por fin tu blog permite comentarios, guapetón!! ¿O es que me tenía manía a mí?
ResponderEliminarTanto por hablar de los niños en los restaurantes... a veces me dan pena los papás, que no tienen un respiro para pasarlo bien, pero otras, las más, los echaría del restaurante y sentaría a sus niños a mi mesa, para demostrar que es posible que la compañía de un niño puede ser agradable en un restaurante.
Julio succulentisima tiene tres blogs nuevos quita ese enlace al blog viejo que ya no lo ve nadie y pon los otros si quieres...
ResponderEliminarde donde habrás sacado ese enlace..
Canela, yo no tengo niños pero los tolero bastante bien y, sobre todo, me rio un montón con ellos por que su inocencia y ganas de explorar la vida los agudiza el ingenio, pero dentro de bares y restaurantes me pueden llegar a molestar si están correteando entre las mesas y los camareros y encima los papis no les dicen nada. Entiendo que mantener sentado a un crio dos horas es complicado, pero al menos que no armen escándalo. Además, sigue sin encajarme lo de crios en un local para fumadores, que son los que yo frecuento.
ResponderEliminarPor cierto, mi blog siempre permitió entradas y echaba en falta las tuyas, ;-)
Daisy, yo no sé de donde lo he sacado, pero juro que no me lo inveté, jajaja. Voy a actualizarlo.
Hawaii ya te lo han dicho y yo lo pienso igual,
ResponderEliminarlo del niño tiene disculpa pero lo de la madre no, el crío se hará mas audaz y maleducado por la "risa" de la mama... una pena.
Si, Julio, no es comprensible que tengan a los niños en lugares para fumadores, para mi es una falta de responsabilidad muy grande.
Es complicado, ir a un restaurante o mantener una reunión con los críos pequeños por que resulta impredecible, por muy bien acostumbrados que los tengas... ¡¡son niños!!
besitos,
Yo a veces flipo con cómo pasan los padres de los hijos, a veces parece que les molesten...
ResponderEliminarEntiendo que a veces, es que molestan, por muy hijos propios que sean, y si se despegan un rato y le dan la lata a otro, pues como que miras para otro lado... Pero no debe de ser así. Un hijo es una responsabilidad las 24 h. del día, que no quiero decir que tengas que estar tomándote la cerve con los amigos un domingo y a la vez jugando con el niño, pero quizás yo me plantearía acudir a lugares donde lo pueda hacer todo, tomarme la cerve y que el niño se entretenga sin molestar, que los hay.
ResponderEliminarPuffff... Suena un poco mal y parece que soy de los que no soportan a los niños, jajajajaja. Para nada, nos llevamos muy bien y, a no ser que sean verdaderos plomos, los acepto bastante bien. Bueno, tengo una amiga que tiene un niño hiperactivo y, de verdad que no lo soporto. A veces le da una pastillita que se queda muy tranqui y entonces da gusto, hasta juego con él al ajedrez. Cuando viene a verme con él, siempre le pregunto "¿Le has dado la pastilla al niño?" :-)
Ahhh jajaj ¿hay pastillas trankilizadoras?? dónde se compraaaannnnn??? jajaja. Julio, te imagino comiendote ese peazo tarta muy despacito.. con los ojos entornados.. mientras la pobrecita niña babea... tan cabrito como siempre, amos.
ResponderEliminarCanela hija, tú no tienes crios ¿verdad??? cuando los tengas, cambiarás lo de "sentaría a sus niños en mi mesa..." por "sentaría a mis niños en su mesa.." jajaja, tiempo al tiempo...
¿qué bonito lo has descrito! A mí, me encantan que los niños revoloteen en cualquier sitio.... Evidentemente, diciendo esto se ve que no soy camarera, porque les debe de dificultar el trabajo .... Lo que trae a mi mente algo que, hace unos días,oí y vi en la tele : un espacio en el cual contaban que ahora existen restaurantes prohibidos a los niños .... ¿hasta donde irán a parar?
ResponderEliminarTe sorprenderá que entre aquí, tan alejada en el tiempo... pero soy una despistada y te ví en Info hace un rato y me dije:"Voy a cotillear un poco" ... y "me gusta", me gusta lo visto :-) Volveré... Nos "vemos" Naf